viernes, 13 de abril de 2007

TRATANDO DE CORREORES

Desde hace unos años a esta parte, han proliferado como setas por nuestra geografía las agencias inmobiliarias. Huyendo de lo mas que prohibitivo de las zonas costeras, y buscando otros mercados, se han adornado todos los pueblos de interior con reclamos publicitarios en inglés en vistosos letreros que coronan acristalados locales forrados de insultantes ofertas fijadas en los escaparates con mareantes bailes de cifras y ceros en euros.

Ya es difícil andar por calles del casco antiguo de nuestra Alcalá sin ver algún cartel de se vende colgado de un frágil balcón sujetado por una casa cochambrosa que apenas aguanta su peso, pero que de llamar por interesarte, cuando te dicen el precio te puede dar un infarto de la risa.
Pero, increíblemente, siempre llega alguien que hace que el letrero desaparezca, y siente un precedente que haga al vecino imitar al anterior, y al final se van cambiando los carteles de sitio, las ofertas de los escaparates y el dinero fluye no se sabe muy bien de donde pero hacen que el negocio continúe y funcione.

Como positivo, es bonito ver cómo aldeas prácticamente deshabitadas por la moda de los noventa de abandonarlas al envejecer sus moradores que se venían para el pueblo al calor de los hijos y las comodidades, empiezan a tener de nuevo su color blanco, sus casas reformadas y alguna que otra excentricidad guiri ya sea en forma de decoración arquitectónica, coches con el volante al lado contrario o indumentarias de sandalia con calcetines, bermudas anchas y camisa de explorador, que hasta hace poco solo se veían por la Costa del Sol en algún viaje ocasional.

Se ha resistido la entrada de ese boom rural extranjero a nuestra ciudad. En pueblos limítrofes como Montefrío ya hace varios años que llegaron a hacer ricos a algunos de sus vecinos, que vendían las cuatro piedras que en un ejercicio de equilibrio se mantenían apiladas dando forma a lo que se podía mal llamar cortijo a precio de oro. No era de extrañar que en las conversaciones de la plaza se regocijaran muchos con irónicas sonrisas aludiendo a la ingenuidad de los ingleses porque habían pagado entre cinco y diez millones de pesetas por un majano. Hoy, con la reconstrucción, cualquier cortijo cuadriplica esas cifras.

Pero aunque se hayan abierto muchas inmobiliarias en busca del suculento bocado, aún subsiste ese trapicheo que se llevan los que de toda la vida se les ha denominado correores. Es una carrera ésta que se aprende en la calle, en un ir y venir nervioso de un sitio a otro, con la vista puesta en quién está con quién, con la oreja atenta a ésta o aquella conversación, con un instinto agudo y palabrería fácil muchas veces vacía con el único ánimo de captar algún indicio de posible vendedor o comprador para ganarse un uno por ciento libre de impuestos del montante de la operación de cada una de las partes. Es un dinero tan fácil que aunque sea abundante, a veces no supera lo que es el marcarse el triunfo con respecto a la competencia por haber hecho él el trato. Es curioso como se marcan el camino, como se conocen, se controlan los movimientos, se sienten observados, se ocultan para lo malo y se pavonean en lo bueno. Para todas estas operaciones ha venido que ni pintado el espectacular espacio rejuvenecido que nos ha quedado encima del esperado y polémico parking.

Los hay más avezados y más torpes, más dedicados y más pasivos, pero no cabe duda que al cabo del año se mueve una cantidad enorme de dinero en este mercantileo ilegal pero consentido y aprovechado por la sociedad y que ha hecho a algunos amasar suculentos patrimonios.
Todos tienen la misma conversación, y es la espectacular subida de los precios de todo, ya sea vivienda o tierra. Lo que hace unos cinco años costaba diez hoy piden cuarenta, y hay gente que los da. Y todo viene motivado porque quien vende tiene que invertir y compra a razón de como ha vendido. Hay quien tiene un piso ya pagado que le costó cinco hace diez años y lo vende por veinte millones, y a su vez compra una casa de treintaycinco y se mete en una hipoteca de nuevo. O el que ha vendido la casa heredada de la aldea y compra un piso por aquí para invertir. También los locales comerciales están por las nubes, y los alquileres desmesurados, y los olivares que por nuestra comarca no son nada del otro mundo resulta que se venden al doble que en zonas de producciones espectaculares con sus riegos por goteo y rentabilidad muy por encima de los nuestros. Pero paradojas de la vida, en la Notaría y en el Registro de la Propiedad hay unas colas multitudinarias y aburridísimas. Y aún nos quejamos de pueblo pobre, abandonado y sin recursos. Si la economía sumergida entrara en las estadísticas seguramente los andaluces no estaríamos tan a la cola económicamente en éstas; y es que solo hay que mirar a nuestro alrededor para darse con la realidad en las narices, aunque siempre haya alguno al que le sea esquiva.

Siempre en estos casos de carestía se repite el tópico de la oferta y la demanda, pero es así. A día de hoy, y a la espera de la puesta en marcha del nuevo y anunciado PGOU, en Alcalá no hay apenas suelo para construir. Se saca con cuentagotas para mantener poca oferta y por consiguiente altos precios no se sabe si con algún interés general o particular. A todo esto que han llegado los guiris con los bolsillos rotos, pues cualquiera se arrima a comprar algo con unos ingresos normales sin contar con la ayuda de padres, herencias o esos kilillos de aceituna que la mayoría de las familias tienen como sobresueldo en nuestra comarca, y el que no disponga de estos extras el seguir rellenando primitivas es la única esperanza que queda aunque algunos ya hayamos sucumbido en el profundo agujero de la hipoteca de por vida.

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