viernes, 13 de abril de 2007

DESCOLGANDO LOS FARDOS

Es un olor dulzón, como a miel de caña, intenso, penetrante, que casi se mastica, aderezado con polvo viejo y recuerdos, muchos recuerdos. Es la sensación que se percibe al desliar un fardo que, colgado desde la vieja viga del cortijo o nave de aperos, ha observado privilegiado y dormido el trasiego desde que lo olvidamos en la pasada primavera. Hasta algún ratón ha hecho de las suyas y le conviene un repaso de aguja.

Hay prisa para todo. Las varas se tentean para ver si están dañadas y se arrancan las vibradoras modernas. Engrase, gomas nuevas y reparar esa avería olvidada que el año pasado se medio arregló sobre la marcha. Inflar las ruedas al remolque, pasarle la revisión al todoterreno, comprar botellas para el agua, “curar” la bota del vino con Soberano, juntar las espuertas, seleccionar algunos sacos, mantillas, estacas, “bragas”, pinzas, cuerdas, rastrillos, gasolina, aceite… y esa hortera (tupperware para los finos) que cada día nos dará la alegría de la merienda y que llevaremos en una mochila raída y olvidada por algún joven de la casa. Al final siempre se olvida algo.

Existe mucha tradicionalidad a la hora de formar las cuadrillas y los más mayores no suelen cambiar de tajo. Se negocian los sueldos, disparados últimamente por la falta de gente. Ya las bases del convenio laboral para el campo no sirven de nada. Cientos de inmigrantes huyendo de otras miserias se ofrecen desesperados a que alguien los contrate. No hay malos ni buenos como antaño. Cualquiera sirve para tirar de un fardo porque ahora la aceituna la derriban las máquinas, se dice.
Ya con la cuadrilla reunida toca recoger los carnés de identidad y la cartilla para la notificación al SAE y a la S.S. Firmar el plan de prevención de riesgos laborales e instruirlos del uso adecuado de los elementos de protección y usos de la maquinaria. Después vendrán la declaración de jornadas reales, retención de IRPF, nóminas, TCs… Esto no es lo que era, también se dice.

Ya lo tenemos todo preparado y el envero da el pistoletazo de salida. Las cooperativas y almazaras han abierto, pero se teme empezar el primero por el qué dirán, y es que siempre se le critica al madrugador por “ensonrible”.
Un lunes en el almanaque suele provocar no ser los únicos en salir a las nueve en el monumental atasco de todoterrenos con remolque que se paran en doble fila en las puertas de los bares que a esas horas despachan raudos el café, el sol y sombra y el paquete de Ducados o Fortuna para echar el día. Es también una estampa indestructible por tiempo que pase el que las cuadrillas se reúnan en ciertas esquinas emblemáticas a las salidas del pueblo buscando los tímidos primeros rayos de sol. Chaquetas abrochadas hasta el cuello, pantalón azul, bolsa de comida junto a los pies, guantes y gorra verde de la Caja Rural, y una humareda de cigarro mañanero que se confunde con el vapor del respirar que el gélido ambiente resalta. Caras tristes, como cansadas, sobre todo de esa mujer con un chándal viejo rosa o celeste, chaqueta olvidada de color vivo, guantes de lana y gorro calado hasta por debajo de las orejas que apenas deja ver una muy rosada nariz.

Pero hay un momento en la mañana antes de salir en mitad de toda la vorágine antes descrita que precisa de una gran dosis de paciencia y sosiego para no empezar el día de los nervios. Es el momento de ir a comprar el pan. Y es que como todos vamos a la misma hora, y el despacho de pan no es tal, sino un pequeño supermercado de chucherías, bollería, estanco, ultramarinos, etc. siempre nos encontramos haciendo cola, contando los segundos del minuto que falta para no llegar tarde, y aguantando a que el/la de delante se lleve el tabaco, los caramelos de menta, los de café, el chicle, los Donettes, las palmeras de chocolate que implica liarlas en papel, los guantes de repuesto, la lata de Fanta y la de cerveza, y… “¡uy! Que se me olvida el pan”, y la cuenta. Cuando te toca has perdido cinco minutos allí y los cincuenta céntimos para la barra están derretidos entre los dedos de apretarlos con rabia. Y si fuera solo un día, no pasa nada, pero es que a la mañana siguiente está la misma persona comprando exactamente lo mismo, y ya piensas…”que trabajo le costaría comprar una buena bolsa de todo y tenerlo en casa y coger un poco cada día”. Pues no, otra vez los caramelos de menta, los de café, etc.… Aspirar y expirar hondo y despacio funciona, os lo aseguro.

Empezamos la campaña dando gracias a que hay alguna cosecha después de las heladas del invierno pasado, de la devastadora sequía y de la vecería que este año tocaba. Serán pocos días este año, pero seguro que darán para recordar el anecdotario de campañas pasadas, para engendrar nuevas pequeñas historias con las que hacer ameno el esfuerzo del duro trabajo en el campo en los cortos y helados días de nuestro alcalaíno invierno y para hacer un sencillo “arremate”. Por lo menos, los nervios del inicio ya están servidos para patrones, encargados y responsables de pequeñas explotaciones familiares. Después vendrán los de la desesperación por el poco fruto obtenido, pero esa es otra historia que habrá que llorar en otro momento.

Feliz campaña de recogida de escasa aceituna 2005-2006 a todos.

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