miércoles, 4 de abril de 2007

A PUNTA DE DEDO

Como pasa en todos los pueblos, en Alcalá se mantiene activa esa forma de vida que consiste en actuar cotidianamente más para evitar el qué dirán que el propio interés y comodidad. No importa que estemos en plena evolución tecnológica, que dispongamos de infinidad de medios de comunicación, que tengamos más acceso a la educación o que estemos más liberados de creencias e imposiciones religiosas. Seguimos siendo presos de nosotros mismos por miedo a ser señalados, algunas veces por un dedo que suele existir solamente en nuestra imaginación.

Quién no tiene una vecina que todos los días ha de barrer la puerta y limpiar el polvo de la reja de la ventana, aunque eso conlleve hacerlo a las ocho de la mañana a cinco grados bajo cero y antes de partir hacia el tajo de aceituna no vaya a ser que digan... O quién no conoce a alguien que pese a reconocer que le gusta una determinada prenda de vestir, no se la compra por lo que vayan a comentar a sus espaldas cuando se la ponga.

Ese código no escrito pero que todos conocemos y por el cual nos regimos en la sociedad de pueblo coarta la libertad individual hasta el punto en que nos mete a todos en un margen de maniobra limitado y el que osa sobrepasarlo, sea por falta o exceso, siente el asedio dialéctico a sus espaldas injusta e infundadamente mientras no traspase la barrera del respeto a los demás. A veces, los dedos que sí que existen, te enjuician y condenan por un determinado acto englobando ya toda tu personalidad hasta el punto de que hagas lo que hagas, aunque sea en rumbo opuesto, no sirva para corregir la opinión negativa que se tenía de ti.

Es muy fácil ver esta situación en personas homosexuales, en exconvictos, en exalcohólicos, extranjeros, de otras etnias, etc. que han afrontado su situación o rehecho sus vidas y viven con total normalidad entre nosotros, pero que hay quien, será por enmascarar carencias o defectos propios, siempre tiene la coletilla despectiva y justificante para denigrar cualquier acción por positiva que sea de alguien de estos colectivos.

Pero el más agravante de los dedazos quizá sea porque te encasillen en determinado bando político. Aquí sí que no existe término medio. Aquí sí que no vale decir eso de en esto estoy de acuerdo y en aquello no. O estás conmigo o contra mí. Nada puede ser gris o amarillo. O se es blanco o se es negro y no hay más que hablar. Resulta patético el que personas tengan que expresarse en medios de comunicación locales bajo un pseudónimo porque tengan miedo a la represalia o crean que la van a tener. O que yo que firmo con mi nombre tenga que aguantar la sorna, eso sí, de broma, de un amigo que al leer uno de mis artículos me dijera irónicamente entre risas que si estaba intentando entrar a trabajar en el ayuntamiento por el tono de mis críticas en ciertos aspectos a éste, o que quien antes me saludaba cordial y amistosamente ahora lo haga solo efímera y desganadamente. Lo que mas me consuela es que ambos bandos me crean del opuesto. Eso, evidentemente, me sitúa donde quiero estar.

Otra característica importante a tener en cuenta y relacionada con la forma de vivir en los pueblos es la proliferación de bulos, medias verdades o manipulaciones de una noticia que a veces llevan a desagradables situaciones, como puede ser el encontrarte a alguien vivo que te habían dicho que había muerto, o separaciones, o supuestos adulterios, o difamaciones por intereses políticos, etc. que hacen demasiado daño al protagonista como para justificar al que los lanza o magnifica. Ante determinadas situaciones creo que deberíamos ser un poco más objetivos y cautos y no cegarnos por un afán de protagonismo o un oscuro interés encubierto.

Creo que la vida en un pueblo debemos aprovecharla mas para ayudarnos entre todos, para disfrutar de la cercanía de las gentes, para desarrollar más nuestra libertad y favorecer la convivencia y confianza en los demás. Sin embargo hacemos justo lo contrario. Abunda la desconfianza, la mofa, la opulencia, etc. Nos alegramos cuando al de al lado le van las cosas peor que a nosotros, o cuando está pasando un bache económico o social. Luego llega alguien forastero y nos esforzamos por mostrar educación y ofrecimientos de todo tipo, aunque ya jamás nos volvamos a cruzar con él. Es curioso y demostrable cuando te pregunta alguien perdido por determinada calle o persona. Nos desvivimos por ayudarlo. Sin embargo el mismo favor pedido por alguien que ves a diario llevaría menos o hasta ningún interés. Y eso que a menudo criticamos la frialdad de las grandes ciudades, en donde nadie se conoce, donde cada cual va a lo suyo y los vecinos de un mismo bloque dan la sensación de odiarse cuando se cruzan en el ascensor.

Muchas veces desconocemos el potencial que tenemos para vivir feliz y fraternalmente y nos empeñamos en convertir nuestra existencia en una competición hipócrita de apariencias, conveniencias y ruindades propias de cualquier basuresco Gran Hermano. ¡Y que de todo esto no tengamos a alguien ajeno para culpar! ¡Mecachis!

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