jueves, 3 de enero de 2008

APRENDER A GASTAR

Uno de enero en un bar cualquiera de Alcalá. -¿Cuánto es la caña? - 1,10 €. (Un 10% más que el día 31). Empezamos otro año y la tradición nos trae la típica subida de precios de esos productos que consumimos cotidianamente. ¿Hasta cuándo podremos aguantar que todo suba por encima del IPC oficial, (4,3% este año), que es lo que marca la subida de nóminas, pensiones, etc. Muy sencillo. Hasta que descubramos que no podemos permitirnos vivir en el estatus de vida que nos vamos marcando. Gastamos grandes cantidades de dinero en cosas totalmente prescindibles y no paramos de quejarnos de lo que cuestan las de primera necesidad. Es fácil ver estos días a alguien por la calle con un perfume de 60€ en la bolsa de una marca glamurosa de sosísimo anuncio televisivo y renegando de lo caro que le ha costado el kilo de sardinas, o a la típica en la cola de la panadería que después de llevarse una bandeja de delicatesen se queja de lo cara que vale la barra de pan. No dudamos en hacer esa llamada tonta a precio de kilo de mandarinas el minuto, o mandar decenas de sms reenviando el manido mensajito sin gracia de felicitación que darían para un par de cajas de leche.

Basamos nuestra personalidad en las apariencias, y no nos importa gastar en cosas para fardar o superar al vecino o familiar, aunque luego haya que estar comiendo pechuga de pollo medio mes. No valoramos las necesidades básicas. Nos perdemos en marcas, en caprichos, en comodidades efímeras, en regalos vacíos con el único fin de “cumplir” aunque al día siguiente estén olvidados en un cajón. Sucumbimos a un desmesurado consumismo sin poder permitírnoslo.

Me hacen infinita gracia los que se quejan amargamente de lo que pagan de hipoteca que los tiene asfixiados y no les permite disfrutar de otras cosas, renegando de unos y otros, y me río porque analizando un poco el tema se llega a la siguiente conclusión: Fulanito gana 900€ y Menganita, su novia, 700€. Ambos viven con sus padres que los mantienen y piensan en comprarse un piso para lo que hacen cuentas. 900+700=1600, lo que les permite, según ellos, pagar una hipoteca de 800 y vivir con otros 800. Firman por 30 años porque claro, el piso ha de ser en una zona buena porque en otro sitio “no nos gusta”. Ya tienen piso y deciden hacer vida común. Al final del primer mes, después de pagar hipoteca, comunidad, gas, luz, agua e ir cuatro sábados al supermercado porque ya no está mamá, ropa, coche, factura de dos móviles, vicios, etc. con los 800€ que les restaban pues como que no llegan. ¿Y quién tiene la culpa de eso? ¿Sus jefes que no les pagan más? ¿El banco? ¿El gobierno? ¿El constructor del piso? ¿El ayuntamiento? Para ellos como pequeña autocomplacencia sí, pero en realidad la culpa es de ellos por embarcarse en una hipoteca por encima de sus posibilidades. Seguramente en una zona menos de moda la hipoteca de 300-400€ sí sería pagable, o un alquiler de ese mismo precio.
Al final todo tiene una solución. Organizar los gastos, vivir acorde a nuestras posibilidades y sobre todo priorizar la necesidad. Con la comida de un domingo en un restaurante se come una semana del supermercado. Con el regalo que tu sobrino abrió y olvidó al unísono habrías llenado el depósito de tu coche. Con esas tres cañas en el bar en media hora hubieras comprado el pan de toda la semana. Con esa llamada tonta a un amigo que vas a ver dentro de media hora hubieras tenido para el desayuno de mañana, etc. Y no es ir de mísero, es vivir acorde a las posibilidades de cada uno, o por lo menos, cuando nos quejemos de los precios, no hagamos el ridículo hipócrita habitual. Adaptémonos a la situación.

La inercia especulativa de la entrada del euro hace ahora seis años se contagió a todo, pero más al sector servicios. No hay un profesional al que avises para cualquier avería que no te cruja en la factura. La sensación de pequeña cantidad del precio en euros con respecto a las pesetas unido a la dificultad a la hora de hacer un cálculo mental instantáneo nos han llevado a caer en el error de no medir el gasto. Después vienen las sorpresas, y el quejarnos, mucho quejarnos, eso sí, quejarnos en la barra de los bares a casi cuarenta duros la caña. Y no es que nos falte razón muchas veces, ya que estamos tan globalizados que dependemos de que cuatro magnates decidan subir el petróleo para ponernos el pie en el cuello. Y los demás a la que salta: Que sube el trigo un 20%, el pan un 40%. Que sube la leche un 10%, sus derivados un 30%. Que hay una catástrofe en determinada zona productora, inmediatamente sube el producto un 100%, aunque el agricultor de otra zona no afectada siga vendiendo a lo mismo. Y así vamos mientras a alguien no se le ocurra regular por ley los márgenes de los productos de primera necesidad. Puede sonar a barbaridad en el neoliberalismo de mercado en el que andamos inmersos, pero podría ser una gran medida social que proteja a los ciudadanos comunes, la inmensa mayoría.