jueves, 11 de octubre de 2007

CARTUCHAZOS A LA CAZA

Hacía poco rato que la madrugada dejó de llorar, pero aún sus lágrimas permanecían brillantes bajo tímidos rayos de sol en las pequeñas hojas de la hierbecilla que rodeaba la piedra que, cual pedestal, sujetaba una erguida figura al cielo. Patas rojas, plumas de ocre y gris, alas con branquias blanquinegras, collar de perlas, babero nevado, pico y ojos de fuego y corona de hierro viejo, la perdiz con mirada atenta y nerviosa da la bienvenida al día.

Cerca de allí rastrea el suelo como un peluche abandonado una liebre entretenida en dar cuenta de la hierba fresca a la sombra seca del olivo. Pelo gris desaliñado en torso con barriga blanca espumada, ágiles patas fibradas y orejas grandes siempre alerta con las puntas de lanza quemada.

Desde arriba canta al otoño fresco el zorzal cansado tras la dura batalla a la distancia. Píos cortos y finos al volar en vaivén de rama en rama picando la aceituna en envero entregada. Pecho moteado, cola larga y alas con raya blanca hacen elegante cualquier mañana.


Somos muchos los que vemos vida en esta bella estampa que nos ofrecen los campos de nuestra comarca. Para otros solo es carnaza a la que apuntar con su estruendo seco de fuego y plomo para alimentar el morbo y confirmar la supremacía en una desigual batalla. Es temporada de caza.

Se levantan temprano, y se reúnen en alguna plaza para organizar las batidas, jaleadores que peinarán en banda escopeta en mano por si el animal se cruza o sale enfrentado, y postureros que agazapados esperarán pacientes que la distancia del vuelo les rebase y a discreción sentir el macabro olor de pólvora quemada. Entre batidas reunión y cambio de cartas, gracejos y carcajadas en honor de la sangre que derrama la pieza deseada en el perchero de la canana.

Al final del día, trescientas liebres ensangrentadas yacen amontonadas y otras tantas perdices medio desplumadas, para un reparto equitativo que sacie la sed de venganza. Comentarios quejicosos de que no hay de nada a lo que apuntar, aún con la naturaleza muerta de cuerpo presente, como si así de pronto el daño causado se les olvidara, como si su soberbia hipócrita les exigiera que nuestros campos generaran por gracia divina, o por arte de magia, lo que ellos no respetan, lo que ellos matan. Culpan a los perros sueltos, a los zorros, a las hurracas… y se olvidan que hoy en día las alimañas van en quads que en la retranca corren a por la perdiz que escapa.

Pero no quiero entrar en descalificar sin más a quien le va la caza. Es legal, les gusta y allá ellos con sus cruzadas. Yo solo me conformaría, y es el objetivo de esta carta, con que no ensuciaran. Que estoy harto de recoger cartuchos y basura, que parece que con matar no basta, que tienen que dejar el rastro, la marca de la matanza. ¿Qué trabajo cuesta recoger el cartucho y echarlo a la buchaca? Pues no, han de dejarlo tirado, que si no, nadie sabe, excepto sus muertos, que por allí han pasado ellos de caza.

A unos da vida la muerte, a otros nos revive ver vida.