viernes, 13 de abril de 2007

SOMOS IGUALES, SOMOS DIFERENTES

Tienen la mirada triste, como perdida en el desánimo, pero no dejan de seguir los coches que pasan uno a uno, cual partido de tenis a cámara lenta, pendientes de que alguien les haga alguna señal y se ofrezca a dejarles probar a ver si cumplen las expectativas de trabajo.

Se apostan en la tapia de la Estación de Autobuses cada mañana con la esperanza intacta, con la paciencia por bandera, con la necesidad de sobrevivir como única meta. No muestran frío, ni cansancio, ni estrés, ni incertidumbre. Se les nota acostumbrados a sufrir, a vivir al día, a saber esperar la oportunidad, a reaccionar a instintos en vez de a emociones.

Resulta muy chocante ver en nuestras calles en esta época, en que toca recoger la aceituna, a tanto inmigrante sin rumbo mientras nosotros tenemos tan dirigida y organizada nuestra vida que casi nos veríamos incapacitados para vivir como lo hacen. Y sin embargo aún la mayoría nos sentimos en cierta manera en una posición dominante con respecto a ellos.

Volvemos la cabeza y miramos a otro lado cuando vemos las imágenes de la gente llegar arriesgando sus vidas en las pateras y cayucos. Ahora nos los cruzamos en nuestras aceras y no podemos volver la cabeza. Ahora debemos tragarnos la cruda realidad en la puerta de nuestras casas, y comprobamos que son semejantes, que sienten, que viven, que tiene ambicionares, que buscan una vida mejor, y que todas las barbaridades y riesgos que corren les vale la pena aunque estén a años luz de la comodidad y buena vida de la que disfrutamos en el primer mundo.

No es nada difícil en cuanto sale la conversación en la barra de cualquier bar el que a alguien se le llene la boca de xenofobia como si en su ignorancia sintiera reflejada alguna amenaza. Ellos mismos se delatan, pues hay mucho inmigrante que vale bastante más la pena en lo personal y profesional que muchos españoles. Incluso hay quien lo usa como arma política, como si la política entendiera de hambre, subdesarrollo y malvivir.

Afortunadamente los maleducados son una minoría y Alcalá acoge cortésmente a los inmigrantes, sabedora su población de que aportan a nuestra economía mano de obra que de otra forma sería imposible de conseguir. Y las aceitunas en el campo no valen nada. Hay que recogerlas y por muy mecanizados que andemos, hay cosas que se hacen imprescindibles hacerlas a mano y con cierta racionalidad. Por tanto, incluso en las cuadrillas más tradicionales no es extraño ver a gente de cualquier nacionalidad trabajando honradamente para poder subsistir.

Pero como pasa en todos lados, a veces hay algún descarriado que osa transgredir nuestras normas básicas de convivencia y no dudamos en generalizar injustamente y acusar a todos de lo que ha hecho un individuo. A ello contribuyen los mismos medios de comunicación que siempre ponen un énfasis extra cuando el delito lo comete un inmigrante y si es de poca monta más.

Vivimos tan bien que a veces hacemos grandes pequeños problemas cuando a nuestro alrededor hay tanta gente soñando tener solo nuestros problemas. Debemos abrir nuestra mente y ponernos en el lugar de esa gente que vaga por nuestras calles casi suplicando un trabajo. Debemos ser solidarios, ofertarles pisos en alquiler, trabajo en nuestras cuadrillas en la medida de lo posible, ropa que no usemos, comida, etc. Es bastante patético tener que ver a seres humanos similares a nosotros tener que esperar cada noche a que saquen la basura del Mercadona para rebuscar algo que comer.

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