viernes, 13 de abril de 2007

ENCIMA DE LA VIDA

Ana nació justo con la década de los años veinte como primogénita en el seno de una familia de campo. En su niñez tuvo la inmensa suerte de apenas poder aprender a leer y escribir y algunas cuentas. A los 14 años murió su madre dejándole a su cargo siete hermanos menores que atender y una cruel guerra que vivir. Entre trabajo duro, injusticias y responsabilidades sobrevenidas quema su juventud sin tiempo de soñar y al poco contrae matrimonio. Tal vez el destino pensó que ya había criado bastantes niños y no le dio hijos. La fe religiosa hizo su cometido para aliviar esa pena y seguir trabajando para juntar por lo que pudiera venir. También se siente realizada con una veintena de sobrinos. Pasan los años y cambian el campo por el pueblo en busca de algo de comodidades, pero con 61 años enviuda dando paso a la soledad que la acompaña hasta nuestros días.

Se mueve despacio apoyada en un bastón, con miedo por alguna pasada caída, temblorosa por un principio de Parkinson y encorvada por el peso de los años. Esgrime una sonrisa tímida, que hace esconderse por completo los hundidos y pequeños ojos que no ocultan las fatigas de tanto tiempo al recordar sus mil historias que recuerda fotográficamente mientras olvida lo que acaba de tener en sus manos. Vive con lo básico, reniega de lujos y empieza a aceptar la ayuda de la familia porque ya es consciente de que el querer no es poder a esa edad. Se sienta en el balcón a tomar el sol, a ver la gente pasar, renegando de tanto coche, de lo vertiginosa que hacemos la vida ahora y de lo lenta que se hace la espera hacia el final siendo consciente del deterioro progresivo y la dependencia inevitable de terceros en esa etapa en la que ya se ha subido tanto que se encuentran encima de la vida.

Como el ejemplo de Ana, hoy protagonista ocasional, hay en nuestro municipio unos 4650 mayores de 65 años que cargan con sus recuerdos, sus enfermedades y sus historias, y que una parte no dispone de nadie con quien compartirlas. Debe ser muy duro ver muchas veces como después de tanto dado por los demás, nadie es capaz de compensar con una visita, una charla, un poco de cariño o unos cuidados básicos cuando la necesidad se hace patente. Eso sí, a pelear por las herencias tras el fallecimiento se apunta hasta el “enterraor”.

Es curioso el hecho de que en otras culturas consideradas cavernarias y poco civilizadas con respecto a la nuestra por diferentes y obvios aspectos, el respeto y cuidado de los mayores sea lo más valorado. Sin ir más lejos y a modo de ejemplo, los gitanos, los árabes, los indígenas, los chinos, etc. y sin embargo, en nuestra sociedad empiezan a ser un estorbo mayúsculo en cuanto pasan de servirnos a requerir de nuestra atención. Es prácticamente imposible conseguir plaza en una residencia de ancianos, y los servicios sociales cada vez tienen que engordar más los presupuestos para dignificar un poco el sobrevivir de muchos de ellos.

Aquí en Alcalá y aldeas existe un servicio de ayuda a domicilio que me consta que funciona bastante bien. Por supuesto que no es todo lo que se quisiera, pero que presta servicios a mucha gente que de verdad lo necesita. Tanto la empresa de servicios a domicilio que se dedica a limpieza, atención, compañía, etc. y el catering que reparte las comidas y surte al comedor municipal hacen un trabajo encomiable y digno, todo ello coordinado por los servicios sociales municipales. Y es que a veces hay cosas que no se ven como obras grandilocuentes de foto cara a la galería electoralista pero que están ahí y que gracias a esas políticas sociales se dan servicios a esa parte de habitantes que nos dejaron de ser útiles y que abandonamos a su suerte y que miramos a otro lado cuando están ante nuestros ojos.

En estos días se hablaba de la aprobación del anteproyecto de la Ley de Dependencia por parte del gobierno central y que reconocerá la atención que hacen los familiares por sus seres queridos ya sean discapacitados o ancianos. Habrá que estar atento al contenido de la ley y a su aplicación y financiación para ver si se ve compensado el esfuerzo de esa gente que se dedica a servir a los demás renunciando a veces a una vida laboral exterior, y que aparte de la compensación económica, ya merece un enérgico aplauso y sincero reconocimiento.

Sirva también este artículo como homenaje a nuestros mayores que lo pasaron muy mal tantos y tantos años para que ahora nosotros tengamos el tren de vida y comodidades que disfrutamos. Que merecen nuestro respeto y admiración y que llevan dentro de sí mucho más que el adorno de bancos y parques que a veces es lo único que vemos en ellos. Gracias de verdad.

No hay comentarios: