viernes, 13 de abril de 2007

POSYAQUE

¿Quién en algún momento no se ha visto envuelto en una obra de más o menos envergadura en su casa? Y es que se va aguantando la cosa hasta que se juntan unos ahorrillos para adecentar alguna estancia que el paso de los años dejó incómoda, ampliar o transformar alguna habitación, eliminar ese suelo descolorido y gastado que siempre parece sucio aunque lo acabes de fregar, ampliar la cochera porque ya hay dos coches, etc. Es el momento más temido, pero que después de concluido ya se puede enseñar la casa a las vecinas sin tener que poner alguna excusa por tener la decoración anticuada. Pero seguro que no te escapas de la crítica por el color de los azulejos elegidos, o el tipo de material de acabado, que seguro que a alguna no le parecerá adecuado. Pero eso no tiene arreglo con la palustra.

Para empezar una obra lo primero que se necesita encontrar es albañiles. Difícil misión dado el auge constructivo que inunda nuestra comarca. Siempre aparece un familiar que conoce a un amigo que es “mu apañao” que a lo mejor y tras ver el chapuz te da un plazo para empezar varias hojas de almanaque después. Aun así no te asegura nada y cuando llega el momento te mantiene en vilo otros pocos días. Conseguido el albañil, o cuadrilla si se necesita, la historia está en mantener una coordinación de materiales y otros profesionales para que no se corte el trabajo. Ahí entran fontaneros, electricistas, escayolistas, marmolistas, carpinteros, etc., y el darle la vara a cada uno para que te atienda a tu particular interés, olvidando que eso es imposible.

Ya tenemos a los albañiles en casa. Si es una obra en una vivienda deshabitada mas o menos se sobrelleva porque cuando se acabe se limpia y ya está, pero muchas veces toca convivir con la obra durante varios días y se da el caso de tener que ir a ducharse a la casa del vecino que, al contrario de lo que se pudiera imaginar, siempre son comprensivos con las obras y aguantan estoicamente las molestias al menos de cara a la galería, que luego en privado lo pueden poner a uno a parir. Todo será porque tarde o temprano le tocará a ese vecino hacer la obra y los demás nos sentiremos molestados y callaremos en recíproca actitud, con lo que molesta un taladro haciendo rozas a las ocho de la mañana.

En toda obra que se digne, y cuando todo está bajo tu control, ¡ejem! bajo el control de tu mucho dinero, aparece tarde o temprano una palabra compuesta con cierto truquillo. Es el tan temido “posyaque”, que no es otra cosa que el diminutivo de la frase “pues ya que estamos…” Pues ya que estamos…, vamos a cambiar este suelo también, y ya, le metemos la instalación de fontanería nueva, y ya que estamos, la electricidad, y yo he visto que el vecino ha puesto un zocalillo en la fachada, y las ventanas están muy viejas, etc. Al final de reformar el cuarto de baño se toca media casa, y de un presupuesto inicial, casi se triplica, y siempre se acaba renegando de que ya no se van a hacer mas obras en esa casa, pero pronto aparece otro chapuz que con el paso del tiempo se volverá a hacer imprescindible y te la lían otra vez.

A final el albañil se va, pero te deja un sabor a cal en la lengua, un tacto a polvo en todo lo que tocas, un olor a cemento húmedo que tardará aún algún dolor de espalda y una mano de pintura el eliminarlos. Pero el agujero más grande está en la cartera. Reconozco que es un trabajo muy duro pero se gana un pastón para el poco nivel de cualificación que se exige. Y eso que se paga besando los billetes, porque de ellos depende la comodidad que albergamos en nuestros hogares, sobre todo los que no podemos o vivimos en casas o pisos de antigua construcción.

La próxima obra que haga supongo que será una caseta de aperos con una alberca de riego en alguna parcela de vega que, una vez pasados los controles y conseguido el enganche de electricidad, se convierte en un coqueto chalecito con piscina, como tantos que abundan de esa guisa por nuestros campos.

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