viernes, 13 de abril de 2007

FUTBOLITIZADOS

Cualquiera que haya asistido a un campo de fútbol o lo siga más o menos por la radio o televisión habrá observado como los espectadores dependiendo de las circunstancias transforman su personalidad totalmente. La pasión por un equipo nos puede llevar a ser agresivos, despiadados, maleducados, etc. metiéndonos en un estado enfermizo de sinrazón capaz de despertar el odio entre amigos, confraternar a desconocidos o violentar al más tranquilo. Pero al fin y al cabo el fútbol es solo un juego y cuando termina el partido, salvo en lamentables y escasas situaciones, todos guardamos el orgullo y volvemos a la normalidad. Hasta ahí todo entra dentro de cierta racionalidad y no hay que darle mayor importancia salvo cuando ocurren sucesos graves en los que ya las autoridades correspondientes toman las medidas oportunas contra el equipo o el individuo.

Pero la cosa cambia, y de qué manera, cuando convertimos la afinidad a un partido político en un forofismo ciego. Extendemos un cheque en blanco al político de turno para que haga con nuestro voto lo que le plazca y nosotros lo aplaudiremos, babearemos con sus arengas y lo defenderemos a muerte como si hubiera marcado el gol decisivo de la final de la Champions. Y es que esto de la política no es un juego. De los políticos depende nuestro presente y nuestro futuro, reparten nuestros impuestos, nos dictan las leyes, nos imponen como debemos educarnos, etc. En definitiva, dependemos de los políticos para vivir en un Estado de Derecho que nos permita ser libres.

¿Es libre alguien que se aferra a unas siglas? A menudo cuando estamos en un bar viendo un partido de fútbol, ante un penalti claro siempre hay quien le ve la duda o le busca la justificación en otras jugadas. En la política ante un caso de corrupción o de incompetencia manifiesta de algún cargo de algún partido siempre hay quien lo justifica y defiende como si le fuera la vida en ello. No importa el sinsentido, la irresponsabilidad o la falta de personalidad y libertad que ello le reporte. Lo único importante es el fin, las siglas, sus siglas, esas que despiertan la pasión, estimulan el cinismo, hunden el sentido común y golpean la libertad.

Otras veces no es el político el que necesita equivocarse. Es como cuando un defensa despeja con la cabeza y alguien se empeña en hacernos ver que ha sido con la mano con el consiguiente penalti. Entonces es la imaginación del forofo la que entra en acción difamando a diestro y siniestro con el único fin de favorecer sus intereses partidistas.

A menudo son los propios políticos los que adoctrinan a sus hooligans con consignas y argumentos rocambolescos, precisamente igual que algunos presidentes de clubes de fútbol ante un inminente enfrentamiento y luego pasa lo que pasa. Así tenemos un ambiente político enrarecido y crispado que provoca en el ciudadano medio una enérgica repulsa a la política. Y lo malo es que lo hacen con total interés ya que sus estudios sociológicos les dictan el procedimiento a seguir y confían en los forofos incondicionales y una ley electoral cuanto menos controvertida para con una participación electoral baja jactarse de representarnos a todos y actuar a su capricho.

Por lo tanto, lo mismo que a quien realmente le gusta el fútbol disfruta de un buen partido lo juegue quien lo juegue, con la política deberíamos de olvidarnos de la visceralidad y la pasión y salir el día de las elecciones de casa tranquilamente, debidamente informados desde todos los puntos de vista posibles, y en el paseo hasta el colegio electoral meditar nuestro voto y dárselo a quien con responsabilidad, sentido común y honradez creamos que va a defender con más firmeza nuestros intereses y convicciones, igual que cuando un equipo de fútbol ficha a un gran jugador aunque sea del eterno rival.

Que ningún partido cuente con nuestro voto de antemano sería su mayor miedo y a la vez el mejor estímulo para que desarrollaran nuestros intereses correctamente. Igual que si una estrella del fútbol cobrara por goles marcados, ¿no correrían el doble cada domingo? Imaginad un político corriendo cuatro años. Pues tenemos el poder de hacerlos correr en nuestras manos con nuestro voto. ¡Que no nos futboliticen!

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