viernes, 13 de abril de 2007

OSTENTACIÓN SANTA

Se llenan estos días todos los medios de información y entretenimiento de cifras en una
especie de competición a ver quién da el dato más estrafalario, asombroso o desorbitado. Así se puede leer que en tal pueblo están no se cuantas horas procesionando, tocando el tambor, alguien colgado de una cruz, llevan decenas de kilos por persona, cofradías que tienen miles de nazarenos, etc. Eso en cuanto a hechos, que dentro de un marco de tradición, arraigo, fe o curiosidad puede ser perfectamente entendible y por supuesto respetable.

El problema viene cuando se empiezan a conocer las cifras económicas que se
mueven alrededor de las cofradías, las imágenes, los adornos, los atuendos y lo que se paga por un buen sitio de visión en determinadas ciudades. Así se puede observar como un simple manto de imagen puede llegar a llevar varios kilos de oro y estar valorado en centenares de millones de pesetas, y después sumarle la joyería, el palio, la talla, el mantenimiento, restauraciones, etc. Un macrodespilfarro en el seno de una religión como la católica en la que se prodiga el voto de pobreza y la caridad.

Todo ello nos muestra hasta el punto que ha degenerado nuestra religión en pos de darle un gran valor material a la fe con el fin de que sigamos basándola en el donativo económico y sigamos financiando sus excesos y bienvivir y dándoles la responsabilidad de dirigirnos moralmente diciéndonos lo que está bien y lo que está mal, siempre a su conveniencia, por supuesto.

Hay a quien la fe le resulta reconfortante y positiva para paliar varapalos que la vida les da, y que no ven nada caro un suculento donativo a cierta cofradía u orden, aunque después discutan acaloradamente el precio de un kilo de tomates el martes en el mercadillo, y por supuesto que jamás se les ocurrirá pedir el número de cuenta en una entidad bancaria para hacer un donativo a alguna ONG que opera en el tercer mundo. Y es que la fe es muy cara y todos buscamos alguna contraprestación a cualquier pago.

Luego está el estatus que concede el pertenecer a una u otra cofradía. Ahí ya la cosa es comparable a un partido de fútbol en el que las aficiones rivales se enfrentan a ver quién grita mas fuerte, pero en este caso es quién junta mas hermanos, quién lleva la mejor banda, quién tiene la mejor sede, quién hace el mejor guiso, quién lleva el mejor atuendo, quién hace el mejor cartel, quién pone los mejores adornos, etc. y la fe, pues también, pero si se es mejor que los otros en los aspectos materiales, es mas fe.

A todo esto, cada vez la gente se olvida más de estos engorros y así se pueden leer estos días peticiones de participación para poder procesar imágenes, o que lo hagan sin apenas público como le pasa alguna. En los tiempos que corren ya nada nos motiva y las responsabilidades cotidianas son tan grandes que es preferible aprovechar estos días festivos para descansar y desconectarte, y no para hacer penitencias que en la mayoría de los casos lo único que reportan es dolores físicos y alguna resaca de la cervezada posterior.

Es lo más positivo de la Semana Santa, un macropuente que permite viajar, reunir a las familias, disfrutar un poco de la primavera y satisfacer la curiosidad con lo que pueden hacer algunos por fe, otros por tradición y otros, los más, por ostentación.

Espero que no me diga ningún capillita que si no me gusta la Semana Santa como se concibe actualmente que renuncie a los días de fiesta, que no lo voy a hacer, primero porque si no existieran ciertas fiestas religiosas, las habría vacacionales, y segundo, que yo respeto sus valores y acciones y aguanto estoicamente las molestias de cohetitos, dianas de bandas, calles cortadas, etc. Sería el colmo ya que no pudiéramos ni expresar nuestro punto de vista, que a fin de cuentas se basa en lo que nos dan a entender con sus procederes

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