jueves, 5 de julio de 2007

¡ NO ME RALLES !

Sonia nació para completar la parejita de un joven e ilusionado matrimonio que compaginaba un duro trabajo con la creación de una familia. Creció jugando con los abuelos mientras los padres intentaban amasar un pequeño patrimonio que les permitiera montar un negocio que les sirviera de sustento y un futuro para sus hijos. Y así lo hicieron, pero olvidaron que a la vez que sus ilusiones se iban cumpliendo sus hijos iban creciendo y las maratonianas jornadas de trabajo de ambos apenas permitían una pequeña atención y muestra del cariño que se hace imprescindible a la hora de crear un vínculo de respeto y admiración de los niños hacia los padres. Casi sin darse cuenta los niños eran adolescentes y el espíritu rebelde vencía claramente al proteccionismo familiar.
Hoy Sonia apenas pasa los quince años y luce un cuerpo de mujer menuda, ataviada de un rubio tinte en el pelo, pantalón sport ajustado con un enorme cinturón y top blanco, paso ligero, mirada perdida y ojeras de madura. Hace dos años que no va al instituto pero conoce los entresijos de la noche de un sábado como si le fuera la vida en esa asignatura. Hace ya que su padre perdió toda esperanza y no se hablan, y la madre llora a escondidas preguntándose por dónde le ha venido el problema aunque en un último esfuerzo mantiene la esperanza de recuperar la inocencia de la que aún considera su niña.
Sonia al principio se crió con la permisibilidad de los abuelos y cuando sus padres se hicieron cargo no tenían tiempo de atenderla. La niña inteligente y traviesa conseguía lo que quería con tal de que molestara lo menos posible. Cuando le crecieron las alas y la vida le ponía los primeros compromisos no había nadie con la suficiente credibilidad persuasora para detenerla y empezó a vivir deprisa y fácil. Empezó a formar su pequeño orgullo por el camino de lo prohibido. Un noviete mayor que ella, unas amigas de familias desestructuradas, una falta de madurez y educación hacen que camine por el filo del precipicio al que caerse es fácil, pero salir cuesta casi la vida.
Sonia se siente perdida en el tiempo que no pasa. Se muere por ser mayor ignorando que para serlo hay que pasar por ser niña. Hoy día la sociedad la devorará ferozmente y solo un golpe de buena suerte, un soplo de cordura o el dolor de los palos de la vida quizá la salven. El tiempo dictará sentencia.
Y es que aunque uno se esfuerce en mantener un espíritu joven, el paso de los años no perdona y ya se peinan algunas canas. Y resulta cada día más chocante y difícil de entender la diferencia de actitud de los jóvenes de hoy con los de apenas hace quince o veinte años. El cambio de la estructura familiar donde la figura de la madre se diluye por su incorporación al mercado laboral y el excesivo proteccionismo por dar a los hijos lo que sus padres no tuvieron de jóvenes, junto a una bonanza económica generalizada donde todo el mundo reniega pero nadie nos miramos en gastos de ningún tipo, hace que los niños crezcan en la opulencia sin tener el más mínimo compromiso de contrapartida. Como es obvio, el niño no es el culpable. La culpa la tienen los padres que intentan redimir sus propias carencias con sus hijos. Así vemos a niños por la tele convertidos en auténticos monos de feria, o lucir ropa cara o el último modelo de Game Boy aunque esté la deuda apuntada mucho tiempo en la libreta que guarda el comerciante debajo de la caja registradora.
Así pasa que después, cuando los años pasan y el niño gracioso y centro de la atención de toda la familia, sobrado de materialismo y huérfano de valores, llega a la pubertad y se le empiezan a exigir las primeras responsabilidades con los estudios, o se le restringen las horas de salida y llegada a casa, o se le niega la ropa cara, o el hacerse el piercing, o se le limita el gasto de móvil, etc. y descubren que las cosas no se consiguen con una sonrisita y una mirada tierna, el mundo se les cae encima y se sienten desorientados. Es el momento en que empiezan a buscar poder destacar de los demás por sus medios. Algunos lo hacen estudiando, otros con algún deporte, otros lo consiguen por su cara bonita, y otros, la mayoría, los del gran montón monocolor, cogen el camino fácil y juegan a la ley del más, osea, del más fuerte, del que más bebe, del que más fuma, del que más se droga, del que más hace “el loco”, del que más liga, del que más destroza, etc. En definitiva, del que más arriesga y más al límite de lo prohibido de acerca. Y es tanta la competitividad que algunos se quedan en el camino. Y los que sobreviven, en el momento en que les demuestras la inutilidad de su actitud, tienen acuñado un mágico término universal: ¡No me ralles!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Por qué se culpa a una madre trabajadora de que su hijo/a sea de una forma u otra? Ambos progenitores tienen la misma responsabilidad hoy en día, así que si nombramos a la madre, también deberíamos aludir al padre, el cual tiene el mismo deber para con su hijo/a.
De todas formas, ¿son los padres los únicos culpables? siempre se ha intentado cargar con esa culpa al medio en el que vive el niño: familia, colegio, amigos... y es cierto que todos esos factores condicionan en gran parte su comportamiento, pero en la mayoría de ocasiones es el propio niño el culpable. Esto resulta difícil de entender, pues es más fácil pensar que el niño nace casi de barro y se va moldeando con la edad, pero cada persona, nada más nacer, manifiesta una serie de comportamientos propios de ella. Ya sean más nerviosos, más callados, más inteligentes o más torpes. Su forma de ser interiormente los llevará a un camino u otro, les hará conocer a unos amigos más parecidos a ellos, e irán creciendo acorde a su conducta. Es inútil generalizar en este tema, pues no todos los jóvenes son fiesteros ni todos estudiantes, y ni los últimos habrán tenido una educación ejemplar ni los primeros una vida desastrosa. De todo hay en este mundo, no hay que olvidarlo... aunque últimamente todo es tópicos y más tópicos. ¡Maldita ignorancia!

José Ureña Ureña dijo...

La parte del arículo donde se nombra a la madre trabajadora es en alusión comparativa a hace unos años. Por supuesto que la culpa de un joven problemático no es de una madre trabajadora, es de ambos progenitores que no tienen esa circunstancia en cuenta a la hora de tratar con los niños, como creo que queda claro en el artículo y el ejemplo del personaje protagonista.

Afortunadamente no es tónica general entre la chavalería esta situación, pero sí que hay un buen número como para empezar a preocuparse y tratar el tema en las AMPAS, etc.

Los niños nacen como un disco duro sin ningún dato. Eso está demostrado. Y es el entorno lo que moldea la personalidad del niño.

El artículo trata de dar un toque de atención a esos padres que con toda la buena fe del mundo se dedican a trabajar y trabajar con la única meta de crear un patrimonio y cuando lo tienen y creen que sus hijos se lo van a agradecer se encuentran el efecto contrario, mas que nada porque el regalo de los padres es lo que ha provocado el distanciamiento a lo largo de la niñez.

Anónimo dijo...

En ese caso no tengo más remedio que darte la razón en gran parte, aunque sigo defendiendo que un niño no nace vacío, y creo que todavía no se ha demostrado lo contrario. ¿Cuántas veces hemos visto a un padre quejarse de que su hijo ha salido de una forma u otra? Los valores y principios se forman con el ejemplo, pero la forma de ser viene de manera intrínseca en cada uno. Por eso no hay nadie igual, si todos aprendiésemos de la misma fuente, bajo unas circunstancias mas o menos parecidas como aludes en tu artículo, partiendo todos de cero, entonces la gran mayoría de nosotros seríamos iguales, y nada más lejos de la realidad.
Dudo mucho que un artículo obre en la conciencia de los padres de hoy en día. Haces una buena crítica pero ¿qué solución propones entonces?
Seguiré leyéndote.