miércoles, 14 de mayo de 2008

VEINTE MIL SOPAS FELICES

En plena pubertad, a mediados de los ochenta, en el seno de una humilde familia de agricultores, empecé a apreciar la música. Mi hermano mayor, universitario becado en Madrid, era el que marcaba la tendencia, trayéndome cintas TDK de 90 con un LP grabado en cada cara que escuchaba en un radiocasette estereo SANYO. Dire Straits, Supertramp, Mike Oldfield, Pink Floyd, Led Zeppelin, Camel, Leonard Cohen, Status Quo, Scorpions, Bob Dylan... Fueron muchos los grupos de calidad indiscutible los que sirvieron para educar adecuadamente mi gusto musical.

Por aquel entonces, víctima de la ingenuidad del desconocimiento, soñaba con el día, escuchando una y otra vez las cintas mientras ojeaba el catálogo de Discoplay, de poder ver en directo a algunos de aquellos músicos que me acompañaban tantas horas en los disgustos que el pavo hormonal provoca a esas edades.

Fueron pasando los años y casualidades de la vida, con 17, a través de un conocido, me enrolé de pipa en una orquesta y aprendí a escuchar la música desde dentro. A apreciar los diferentes instrumentos, a valorar voces, solos, etc. y redescubrí la grandeza de los grupos que más me gustaban. Al poco pude ver el primer gran concierto de mi grupo preferido. Fué en el Vicente Calderón, donde aparcó Knopfler y su banda Dire Straits en la que a la postre fue su última gira presentando On The Night. Memorable.

Con la experiencia llegaron otros grandes eventos como U2, etc. Pero siempre quedaba en la nostalgia la imposibilidad de ver algunos grupos por su desaparición, porque aquí al sur jamás llegan o porque el trabajo en las orquestas impide asistir.

Pero un día a finales de febrero de este año en un repaso a la prensa provincial me entero de que se está confirmando la presencia de Roger Waters, alma de Pink Floyd, en el campo de futbol de Atarfe, a apenas veinte minutos de casa, con un macro espectáculo. No me lo podía perder. Tenía ya las entradas desde octubre para ver a Mark Knopfler en abril en el mismo pueblo, y sentir a Pink Floyd al mes sigueinte era lo que siempre había soñado. El mismo día que salieron a la venta, tenía reservadas dos entradas en carrefour.es.

Fue posterior el trato de entrada a una nueva orquesta como mesista, y como no, una de las clausulas fue que el 9 de mayo, hubiera bolo donde hubiera, yo estaría en Atarfe a las 10 de la noche. Aceptaron y así pasó. Bolo en un pueblo a unos 140 km. Salimos temprano para montar y yo me llevé mi coche. A las 7 de la tarde, todo montado, equipo sonando, me voy de concierto. Se quedó en la mesa el chofer del camión que sabe de que va el tema.

Recojo a mi Santa en un punto que quedamos y a hacer un sueño realidad. Llegamos pronto, a eso de las 9, pero ya registraba una buena media entrada el recinto. Se palpaba que había ganas de espectáculo. Como es de rigor, al llegar, colocación delante de la mesa y repaso a todo el montaje, sonido, marcas, robótica, disposición, pantallas de video... Ni un detalle se me escapó. Os prometo que para mí el espectáculo empezó ahí.

El sonido era cuadrafónico, osea, que había arrays en todos los laterales del campo enfrentados. Evidentemente, en el escenario colgaban los mas grandes. Las luces eran cabezas móbiles wash y spot de 575 y 1200w por todos lados. Tambien me llamaron la atención unos bicharracos con un cabezón cuadrado de leds. En el escenario había una enorme pantalla, de unos 20 m de largo por 10 m de alto, de fondo, en la que aparecía una vieja radio, una maqueta de avion de la segunda guerra mundial encima, una botella de Jhonny Walker y un vaso medio. Diez minutos antes le dieron al play de la imagen y se veía una mano coger de vez en cuando el vaso y soltar ceniza en el cenicero. Cinco minutos antes, la mano cambió de emisora en la radio y sonó otra canción. Agotó el cigarro, dió otro trago y se apagaron las luces a la vez que empezó a sonar In The Flesh? con una presión inimaginable. Tanto que en un redoble de timbales, a la vez que activaron un efecto en las torres laterales, petó todo y solo sonaban por monitores. La gente estaba tan extasiada que tardaron al menos 10 segundos en aparecer los primeros silbidos. Acabaron la canción sin que la pudieramos escuchar, incluso quemaron bastante pirotecnia sin sonido. Evidentemente, esperaron para comenzar la segunda canción hasta que el problema se solucionó. La gente a mi alrededor hacían los típicos comentarios despectivos del percance, pero los que nos dedicamos a esto sabemos que el directo te la puede jugar aunque lleves el equipo mas perfecto, mas revisado y mas caro del mundo. En cinco minutos todo volvió a sonar y se olvidó rápido. Varias canciones de The Wall después, excitó a la gente la canción relajante por excelencia, Shine On You Crazy Diamond, seguida de Have a Cigar y con la imagen de la mano cambiando la emisora de radio, el guitarra con la acústica imitando la melodía que escuchaba, comenzó Wish You Where Here, que coreamos los veintemil de cabo a rabo. A esto que empiezan a caer gotas de lluvia. La gente nerviosa empieza a sacar los gorros de los chaquetones, y yo el plastico del todo a cien que llevábamos por si acaso. Empezó a llover con fuerza, con mucha fuerza, pero con mas fuerza sonaba Waters, (valga la mojada rebundancia). Todo estaba preparado por si llovía, y nadie se movió de su sitio. A nadie le molestaba. Todos estábamos flotando muy por encima de las nubes. En un tono mas intimista tocó un par de canciones de sus últimos discos en solitario, y del Animals, donde salió el astronauta teledirigido, y un cerdo gigante grafiteado que el público iba paseando de un lado a otro. La lluvia empezó a amainar en el momento en que se dió paso a un descanso de 15 minutos y paró de caer definitivamente. El escenario se quedó a oscuras, con un pequeño punto blanco en el centro de la pantalla. Era el momento de limpiar las gotas de agua de las gafas, comentar algunos momentos, mordisquear medio bocadillo y dar un trago a la botella de agua que escapó a los vigilantes de la entrada. En esto que miras al escenario de nuevo y el puntito blanco ha crecido considerablemente. Ya llama la atención y se va observando que es una luna que se va acercando lentamente. En el minuto 15 la luna cubre toda la pantalla y una nave espacial pasa rozando la cámara. Es el momento de empezar desde la primera hasta la última, en riguroso orden, con todas las canciones del LP Dark Side Of The Moon. Es espectacular escuchar una tras otra, en directo, con una rigurosidad de sonidos, de efectos, de voces, etc. por el intérprete original, el disco que tantas veces te ha acompañado en tu vida. Se acabó el disco y empezaron los bises. Mas The Wall, Another Brick In The Wall, Vera, y espectacular el Bring The Boys Back Home con las voces de tres gospeleras, y como no, como guinda final, mi canción preferida, Comfortably Numb.

Salimos del concierto con paso lento, como flotando, y la mirada perdida en los charcos. Éramos veinte mil sopas felices, veinte mil sueños realizados, veinte mil almas satisfechas, veintemil muros imposibles al fin derribados.

Después de esto, musicalmente puedo morir en paz.

2 comentarios:

Rafa Vera dijo...

Genial crónica, y mira que es difícil cuando la música se vive transmitirlo, pero lo bordas.

Un saludo... con envidia saba

Unknown dijo...

Cuando vi en la prensa [nacional] la crónica del concierto ya me se me puso el vello de punta; ahora ya es como si hubiese estado.